Traducción de http://www.environmentandsociety.org/arcadia/beavercene-eradication-and-settler-colonialism-tierra-del-fuego
En 1946, el gobierno argentino introdujo veinte castores (Castor Canadensis) en Tierra del Fuego (TdF) con la idea de implementar una industria de pieles en un territorio imaginado como vacío y estéril. Los castores viajaron desde Canadá a manos del Tom Lamb, un colono conocido como “Mr. North” por haber expandido la frontera nacional canadiense y por haber restaurado las poblaciones de castores y visones en la región de Manitoba, las cuales prácticamente se habían extinguido tras décadas de extracción colonial de pieles.

Durante la década de 1980, científicos locales empezaron a evaluar los efectos de lo que vengo a denominar con fines desantropocentristas, el “Castorceno:” se dieron cuenta de que los castores eran el principal vector de impacto en los bosques sub-Antárticos. La industria de pieles nunca se había implementado en TdF y, sin predadores, los castores se habían expandido, cruzado a Chile, y ocupado la mayoría de los cursos de los ríos de la región. Los paisajes del Castorceno están hechos de naturalezas apocalípticas que, a diferencia del Antropoceno, no producen valor industrial: enormes y numerosas represas, ríos totalmente modificados orgánica y químicamente, tierras inundadas, y cementerios de árboles nativos que, a diferencia de los Canadienses, no tienen la habilidad de recuperarse tras ser inundados. Entre 1980 y finales de los ’90, instituciones locales y provinciales empezaron a diseñar estrategias de control de la población de castores en alianza más o menos conflictiva con los científicos de la recién inaugurada sede del CONICET en Ushuaia, la cuál abrió sus puertas en 1981.
En 2008 llegaron nuevos actores transnacionales a la región promoviendo tratando de sustituir los valores de extracción de la naturaleza por los de conservación. Con el conocimiento y las posibilidades de ciencias del Norte global, estos actores lograron desplazar el paradigma de control poblacional, más tradicional y asociado a estrategias locales, por otro muy contemporáneo y global, el de erradicación de especies invasoras. Con este cambio, lograron además importar financiamiento internacional significativo para la gestión, aprendizaje, y control de especies invasoras en Chile y Argentina. Sin embargo, el financiamiento hoy está por agotarse y, a pesar de los aprendizajes, la mayoría de mis informantes no creen que la erradicación sea posible, especialmente dadas las duras condiciones climáticas y de accesibilidad en algunas zonas de TdF y la falta de continuidad institutiocional que requiere mantener el proyecto. Mi investigación etnográfica y de archivos muestra que el Castorceno materializa no sólo las capacidades de ingeniería de los castores si no, también, una historia de intervenciones coloniales que han continuado ignorando o valorando las condiciones locales.

A diferencia de otras regiones argentinas, TdF no fue invadida por exploradores Europeos (estos habían llegado pero no habían conseguido establecer sus asentamientos), si no más bien por las políticas de colonización del Estado Nacional, tanto Argentino como Chileno. A finales del siglo 19, el Estado Argentino diseñó políticas para donar tierras a los Europeos que, al construir sus estancias, desplazaron y asesinaron a una gran cantidad de los habitantes originarios de Tierra del Fuego. Con los colonos, pioneros de la expansión del desierto más allá de la Patagonia, no sólo humanos sino también animales, plantas, y microorganismos invadieron la región con ellos, una forma de “imperialismo ecológico” que consiguió desplazar a las poblaciones nativas. Durante este proceso, es posible observar cómo determinados conocimientos eugenésicos y racializantes de la primera mitad del siglo XX, mediaron las políticas de población (más-que-humana) de Tierra del Fuego.

Durante los años 1940s, el Estado Argentino continuó la política de nacionalización de capitales de los estancieros con la intención de redistribuir tanto las tierras como la producción. El clima favorable a las nacionalizaciones derivó en alianzas entre los dueños de la tierra y el Estado, aunque no sin fricción. Defendiendo los derechos de pertenencia y propiedad de los pioneros, en 1946 el presidente de la asociación rural de TdF abría la exposición ganadera anual:
“Los pobladores y ganaderos de Río Grande hemos presenciado y convivido con los demás habitantes de esta región, la evolución del Territorio desde aquellos tiempos en que la labor del Estado no se había manifestado todavía.”
Los pobladores pioneros, considerados hoy Fueguinos en oposición a los recién llegados (o Venidos y Quedados), reservaban entonces la categoría a los habitantes indígenas. Para hacerse fueguinos, en aquél momento, los colonos coproducieron su identidad en alianza con las poblaciones no humanas, con su ganado y sus especies introducidas. Al nacionalizar y legitimar la oveja argentina o el castor fueguino, no sólo el animal entraba a participar y trabajar en el sistema de producción industrial de entonces sino que, también legitimaba a aquellos que tenían los conocimientos productivos de las especies y la historia de co-evolución y co-domestiación con las mismas. Además, en un momento histórico en que se empieza a deslegitimar el uso científico de la categoría de raza tanto en la comunidad internacional como en la Argentina (tras la Segunda Guerra Mundial), los conocimientos y las prácticas de mejoramiento y optimización de la raza animal posibilitó la actualziación de los valores eugenésicos y racializantes por otros medios. En 1946, durante la misma celebración ganadera en TdF, el gobierno militar exclamaba:
“(esta celebración), simboliza las verdaderas fiestas de la Patria. Estos tienen su principal signo moral, en cundir a la purificación de nuestras razas, las cuales como ustedes bien lo saben, gozan de un merecido prestigio en el concierto mundial de la ganadería. (…) para que esta rama de nuestra riqueza nacional se vea aún más depurada y refinada, mediante lo cual logramos por ende, en forma directa, el enmgrandecimiento de nuestra Argentina, lo que es preocupación constante de todos y aún más de nosotros, los que desde este lejano rincón fuefuino, le rendimos honroso y respetuoso tributo.”
El creciente ensamblaje entre Nación y purificación animal que muestran los datos de los archivos, ayudó así a continuar con la lógica Darwinista que subyace a la política poblacional, sea por falta o por exceso. Los deseos de argentinizar la raza mediante su blanqueamiento como orden moral basado en en la biologización de la domincación humana, se reconfiguraron en otros términos a través de la política de la naturaleza. Siguiendo a Silvia R. Cusicanqui en la idea de lo colonial como un conjunto de contradicciones históricas coetáneas, estos horizontes se actualizan hoy en los mismos términos coloniales, aquéllos que fracturan a los sujetos de las geografías postcoloniales en invasores e invadidos. Así, hoy en la frontera entre Chile y Argentina en TdF, un camionero me comentaba en términos aún más xenofóbos de los aquí expresados en la frontera de Tierra del Fuego:
“¿Para qué matar a los castores, si tenemos problemas más graves con los inmigrantes que vienen?”
Dueños de la tierra, aquellos pioneros nacionalizados durante los años 1940 y junto a su ganado se definían asímismos como la población que pre-existía al naciomiento de la región entendida ésta como la llegada del Estado. Con ello, se instaló un mito fundacional que, tal como muestran las historias oficiales de Arnoldo Canclini o Lucas Bridges, dejaban a la polbación indígena fuera del tiempo de la historia. En una de mis entrevistas, una concejala local descendiente de pioneros, se autodefinía como fueguina en oposición tanto a los recién llegados como a los que estuvieron antes:
“El problema de Ushuaia son los que vienen por trabajo, llegan y destrozan el bosque para hacerse una casa. (…) Sí, pero antes con nuestras familias era diferente, los otros eran Indios.”

Los pioneros no sólo habían legitimado su pertenencia fueguina mediante la otrerización de las personas, comunidades, y naturalezas indígenas, como expresa la concejala si no, también, a través de la idea de que los indígenas se habían extinguido tras años de genocidio o tras la propagación no intencional de enferemdades europeas por parte de los misionarios evangélicos en su misión civilizadora. Mientras llegaba el castor y la infrastructura estatal, el “mito de la extinción” colaboró en la construcción de una nación que se imaginaba homogénea, una ficción que contribuía a borrar y negar toda diferencia. Como afirmaba el libro escolar en 1952,
“84% son argentinos y el 16% extranjeros. La gran mayoría de esta población es de raza blanca, y el volumen total de indígenas, mestizos o cruzados es insignificante, pues se estima en medio millón de personas en cifras redondas, y todos en estado de civilización” (Síntesis Geográfica, p.92. Sabsay 1952).
Como muestra el libro de texto, la estadística nacional también contribuyó a la forclusión de las poblaciones no blancas mediante la magia de los números: no es que hubieran desaparecido, como parece afirmar el texto, sino que habían sido estadisticamente superados (utilizando los números de forma diferente y con una simple multiplicación, se ve que en 1952 había 1.800.000 personas categorizadas como no-blancas, lo cuál implica en realidad y siguiendo estos datos, un 222% más). No obstante, a pesar del aparato de represión, la otredad no fue del todo desaparecida. En TdF también encontré, hoy, cómo esas historias forcluidas aparecen no como aquello que existe pero está sin visibilizar (se trata de posibilidades borradas), sino como fantasmas mostrando la violencia de lo borrado a través de perturbaciones y mobilizaciones afectuosas, incluso a través de los conocimientos serios de la ecología y el medio ambiente actual. De hecho, incluso a través de ellas. Como un activista originario me decía en TdF sobre los castores:
“Hay que matarlos a todos, como sea. No podemos mataros a vosotros por venir de fuera, hoy no sería legal ni ético. Pero sí a los animales, no son de aquí, están destrozando nuestra naturaleza.”

La violencia de las palabras que nos mediaban no sólo demandaba procesos de restauración ecológica sino también de reparación histórica, de transformación de las acutales condicioens de construcción de memoria y de futuro. Con la ciencia, pues, si bien la misma ha contribuido a reproducir, legitimar, y objetivizar la dominación colonial, la misma naturalización hoy, ofrece también posibilidades de reparación. En un contexto donde la historia oficial contiúua activamente silenciando otras, es precisamente la atribuida despolitización de la naturaleza, de los animales, de las especies invasoras, la que permite la emergencia de lo políticamente innombrable.
Bibliografía:
- Anderson, Christopher B., Guillermo Martínez Pastur, María Vanessa Lencinas, Petra K. Wallem, Michelle C. Moorman, and Amy D. Rosemond. “Do Introduced North American Beavers Castor canadensis Engineer Differently in Southern South America? An Overview with Implications for Restoration.” Mammal Review 39, no. 1 (2009): 33–52.
- Blair, James J. A. “Settler Indigeneity and the Eradication of the Non-Native: Self-Determination and Biosecurity in the Falkland Islands (Malvinas).” Journal of the Royal Anthropological Institute 23, no. 3 (2017): 580–602.
- Crosby, Alfred W. “Ecological Imperialism: The Overseas Migration of Western Europeans as a Biological Phenomenon.” In The Ends of the Earth: Perspectives on Modern Environmental History, edited by Donald Worster and Alfred W. Crosby, 103–17. Cambridge: Cambridge University Press, 1988.
- Muñiz, Juan. “Las Exposiciones de 1946.” Argentina Austral 17, no. 178 (1946): 19–22.
- Novick, Susana. Política y Población: De Los Conservadores Al Peronismo. Buenos Aires: Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA, 2018.
- Sabsay, Fernando Leonidas, and Mario Manuel Vazquez. Historia y Geografía Argentinas. La Facultad, 1952.
- Wolfe, Patrick. “Settler Colonialism and the Elimination of the Native.” Journal of Genocide Research 8, no. 4 (2006): 387–409.
Citar como: Dicenta, Mara. “The Beavercene: Eradication and Settler-Colonialism in Tierra del Fuego.” Environment & Society Portal, Arcadia (Spring 2020), no. 1. Rachel Carson Center for Environment and Society. http://www.environmentandsociety.org/node/8973.
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